La captura de ballenas en el Cantábrico

La captura de ballenas en el Cantábrico

Alguna vez habrás visto una de esas películas de balleneros cazando en lugares remotos, entre témpanos de hielo. 8 hombres duros en una embarcación frágil intentando capturar un animal de 50 toneladas con tan solo la ayuda de arpones y cuerdas. Lo que muchos no saben es que estas mismas imágenes se repetían en el mar Cantábrico no hace tanto tiempo. Por eso no es raro ver ballenas en los escudos de muchos lugares de Galicia, Asturias o Cantabria y mucho más común encontrarlo en los de los pueblos costeros vascos.

8 siglos de pesca de la ballena franca

Se tiene constancia de la caza de la ballena desde el Siglo XII en el País Vasco.

Inicialmente su famoso aceite (sain) impulsó su caza y sostuvo buena parte de la economía de los puertos cantábricos.

Su caza intensiva acabó por disminuir drásticamente su número. Esto obligó a la flota ballenera a navegar cada vez más lejos en busca de presas. Los recientes descubrimientos arqueológicos de Terranova (Canadá) demuestran la presencia de marinos vascos en el siglo XV, incluso antes del descubrimiento de América por Cristóbal Colón.

La desaparición de estos cetáceos en nuestras costas provocó una crisis del sector ballenero que le mantuvo bajo mínimos. En el siglo XVIII apenas se veían, capturándose las últimas ballenas francas a finales del XIX y principios del XX. Tan solo la aplicación de nuevas tecnologías que permitían la captura de otras especies, como los abundantes rorcuales, hizo resurgir esta actividad en el siglo XX. Aunque en esta ocasión los vascos no la retomaron y fueron en Galicia y en el Estrecho de Gibraltar donde surgieron empresas relacionadas con este tipo de pesca. Una actividad que finaliza con la prohibición de su caza y el consiguiente cierre en 1986 de las últimas empresas balleneras en Galicia.

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La caza con arpón de la ballena franca

La ballena franca, también llamada la ballena de los vascos, era un cetáceo que solía acercarse a nuestras costas de noviembre a marzo. Se les llamaba también francas por ser las más fáciles de cazar, ya que nadaban en grupos, lo hacían lentamente y una vez muertas flotaban.

Antiguamente se empleaba la caza con arpón, una técnica inventada por los pescadores vascos.

Todo comenzaba desde las atalayas, situadas en zonas altas de los acantilados e incluso en islas cercanas a la costa. Desde ellas se solía otear el mar en busca de este animal. Una vez que se divisaban sus enormes soplos, se avisaba a la población.

Entonces las barcas o txalupas se hacían a la mar en la dirección que marcaba el atalayero. Cada txalupa (las últimas idénticas a las traineras actuales), contaba con 8 tripulantes aproximadamente entre remeros, arponero y timonel.

Una vez que se acercaban a ellas, se lanzaba el arpón con una estacha (cuerda atada al arpón) para no perder el contacto con el cetáceo. Así “surfeaban” siguiendo sus bajadas y subidas a superficie, hasta que la ballena se sumergía por última vez, ya sin fuerzas, y finalmente emergía muerta.

Después remolcaban los cuerpos hasta encallarlos en una playa o bien en un puerto en la roca en rampa. Una vez que la marea bajaba, aprovechaban para trocearlos y llevarlos a las fábricas.

Hunting peoples of the North.

De la ballena del cantábrico se aprovechaba todo

La ballena vasca tenía una gran cabeza con unos ojos pequeños y una mandíbula muy curva. Normalmente era de color negro y con manchas blancas en el vientre y junto a las barbas. No tenía aleta dorsal, medía unos 15 metros y pesaba en estado adulto cerca de 60 toneladas.

Lo más cotizado era la grasa o sain, muy fluida, que se utilizaba para el alumbrado aunque también para impermeabilización de prendas, elaboración de jabones y emplastos. De cada animal se extraían cientos de barriles de este producto. Además proporcionaba cientos de kilos de carne que se consumía fresca, ahumaba, adobaba o en salmuera.

Las barbas (esta especie contaba con 270) se usaban como muelles, por su flexibilidad y resistencia, en abanicos, corsetería (de aquí el nombre de las “ballenas” de los corsés antiguos), paraguas, relojes y otras máquinas.

Los huesos se empleaban como soportes de parras, para obtener cal, e incluso en la construcción. Por último tenemos la leche de ballena, muy nutritiva, 50 % de grasa y 13 % de proteínas, muy superior a la de vaca que contiene 4 % y 3 % respectivamente.

Las ballenas que pueblan actualmente el Cantábrico

Como ya hemos dicho anteriormente, la ballena franca ya no habita nuestros mares. Solo se encuentra en las costas norteamericanas y en un número no superior a las 400.

No obstante hoy en día se pueden ver en el Cantábrico otras especies como los rorcuales (la segunda ballena más grande del mundo), los cachalotes, los esquivos Zifios de Cuvier o los raros Calderones de Hocico Boreal.

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